Vivimos en una época marcada por la polarización, el individualismo extremo y la búsqueda del beneficio inmediato. En este contexto, la necesidad de una economía humanista ya no es solo deseable: es vital. Vital para la sostenibilidad del planeta y para el bienestar de quienes lo habitamos.

La crisis medioambiental, el aumento de la desigualdad, los conflictos armados y la desconfianza en las instituciones son síntomas de una sociedad que ha perdido el rumbo. Una sociedad en la que el capital ha desbordado los límites del sentido común y del bien colectivo.

Europa tiene un papel clave

En este escenario, Europa y sus empresas tienen una oportunidad histórica. Por su historia, sus valores y su madurez institucional, el continente puede —y debe— liderar un nuevo modelo económico. Un modelo que se base en el propósito, el impacto positivo y la dignidad humana.

Se trata de recuperar el espíritu fundacional del proyecto europeo: paz, derechos humanos, cohesión social y progreso compartido. Es hora de traducir esos valores en una economía con alma.

¿Qué es una economía humanista?

Una economía humanista no reniega del mercado, pero lo pone al servicio del interés general. Impulsa la innovación, sí, pero dentro de límites éticos claros. Reconoce el valor del capital, pero también el del trabajo, el medio ambiente y las comunidades.

En lugar de medir el éxito solo con el PIB o los beneficios trimestrales, propone nuevos indicadores que integren el bienestar de las personas, la salud del planeta y la equidad social.

El papel de las empresas con propósito

Las empresas con propósito son clave en esta transición. No solo buscan rentabilidad, sino también un impacto positivo en lo social y lo medioambiental. Pero para que florezcan, necesitan un ecosistema que las reconozca, las proteja y las impulse.

¿Qué condiciones son necesarias?

  • Política fiscal que premie el valor social y ambiental: Hoy, las empresas que contaminan o precarizan suelen pagar menos impuestos que las que crean valor sostenible. Esto, además de injusto, es ineficiente.

  • Un lenguaje global para medir el impacto: Aunque existen marcos como GRI, IRIS+ o SDG Impact, falta una convergencia que permita transparencia, rendición de cuentas y comparabilidad. La contabilidad del siglo XXI debe incorporar el impacto como una dimensión esencial.

Necesitamos instituciones globales más fuertes

Los grandes desafíos actuales —cambio climático, migraciones, pérdida de calidad democrática— no se resuelven desde lo local. Es imprescindible fortalecer las instituciones multilaterales, como las Naciones Unidas, para que puedan actuar como catalizadoras de una gobernanza global más justa y sostenible.

Europa debe asumir este liderazgo, como garante histórico de los derechos humanos y del multilateralismo.

Hacia un nuevo pacto europeo para una economía más humana

La transición hacia una economía humanista no será fácil. Pero es inevitable. Requiere valentía política, innovación empresarial y un nuevo relato que inspire a ciudadanos, inversores y líderes.

Europa tiene los activos: conocimiento, legitimidad histórica y un tejido empresarial comprometido. Es momento de que ese liderazgo se haga visible.

Que se premie a quien crea valor sin destruir.
Que hablemos un mismo idioma cuando hablamos de impacto.
Y, sobre todo, que volvamos a poner a las personas en el centro.

Solo así construiremos un futuro más justo, sostenible y profundamente europeo.