El 20 de febrero celebramos el Día Mundial de la Justicia Social, una fecha que, si bien debería ser un recordatorio del progreso, se ha convertido en una evidencia de lo mucho que nos queda por hacer. Nos encontramos en un mundo donde la brecha entre ricos y pobres sigue creciendo: el 10% más rico de la población mundial posee el 76% de la riqueza, mientras que el 50% más pobre apenas alcanza el 2% (según el World Inequality Report 2024). ¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI sigamos enfrentando este nivel de desigualdad?
Las cifras son contundentes: el 1% más rico del planeta acumula casi el doble de riqueza que el 99% restante. A esto sumemos que, según la OIT, alrededor de 4.000 millones de personas carecen de acceso a protección social, y que más de 700 millones viven en pobreza extrema, sobreviviendo con menos de 2,15 dólares al día.
Lo paradójico es que la justicia social se ha convertido en un eslogan más que en un principio rector de la economía. Muchas empresas y actores financieros han adoptado el lenguaje de la sostenibilidad y la inclusión, pero pocos han cambiado realmente su estructura y modelo de negocio para que el propósito vaya más allá del rendimiento económico.
Las compañías de hoy tienen la responsabilidad –y la oportunidad– de equilibrar su rentabilidad con su impacto social. Sin embargo, lo que vemos en muchos casos es lo que podríamos llamar greenwashing o social-washing: estrategias de marketing que pintan de responsabilidad social a empresas que, en la práctica, no modifican sus modelos de operación.
Para que el mundo empresarial y financiero sean motores reales de justicia social, es necesario pasar del discurso a los hechos. Algunas claves para ello son:
1. Redefinir el éxito empresarial más allá del beneficio económico
El capitalismo de accionistas ha dominado la economía durante décadas, priorizando la maximización del valor para los inversores a corto plazo. Pero esta lógica ha demostrado ser insostenible. Necesitamos un capitalismo de stakeholders, donde las empresas midan su éxito no solo por sus ingresos, sino por su impacto en la sociedad, el medioambiente y el bienestar de sus empleados.
Un ejemplo real de esto es Patagonia, que ha redefinido su propósito empresarial convirtiéndose en una empresa propiedad de la naturaleza: el 100% de sus ganancias se reinvierten en proyectos medioambientales. Pero no basta con casos aislados; esto debe ser la norma, no la excepción.
2. Reformular los incentivos financieros para priorizar la justicia social
Los mercados financieros siguen premiando la rentabilidad sin considerar los impactos sociales y ambientales. ¿Por qué los bonos de deuda soberana de países con políticas sociales avanzadas no son más atractivos? ¿Por qué las inversiones de impacto representan solo el 2% del total del capital administrado en el mundo?
Es fundamental desarrollar métricas más avanzadas y exigentes para que los inversores no solo miren el retorno financiero, sino el impacto social. Los fondos de inversión y la banca deben dejar de financiar negocios que generan desigualdad o destruyen el planeta y empezar a premiar a las empresas que realmente contribuyen a una economía más justa.
3. El rol del CEO: liderazgo con propósito, no con discurso vacío
Los líderes empresariales deben entender que su papel ya no es solo maximizar beneficios, sino equilibrar rentabilidad con impacto. Sin embargo, la mayoría de los CEO siguen atados a estructuras de incentivos financieros que los empujan a decisiones de corto plazo.
Una encuesta reciente de PwC reveló que solo el 22% de los CEO globales han modificado significativamente sus estrategias para alinearse con los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible). Es hora de cambiar los sistemas de bonificación y evaluar a los líderes no solo por el valor accionarial que generan, sino por su impacto social y ambiental.
4. El consumidor como actor de cambio
Si bien la transformación debe venir desde las grandes estructuras financieras y empresariales, el consumidor también tiene poder. Hoy, el 70% de los consumidores millennials y Gen Z prefieren comprar marcas con propósito. Sin embargo, hay una desconexión entre la intención y la acción: solo el 20% está dispuesto a pagar más por productos sostenibles.
Las empresas deben hacer que la justicia social y la sostenibilidad sean accesibles para todos, no solo para quienes pueden pagar un sobreprecio. No puede ser que la ética en el consumo sea un lujo.
No podemos seguir celebrando el Día Mundial de la Justicia Social con discursos vacíos. Es hora de que las empresas, los fondos de inversión y los consumidores asuman un rol activo en la transformación del sistema económico.
Para que la justicia social sea realmente el propósito central de las compañías, debemos reformular incentivos, medir el impacto con seriedad y, sobre todo, actuar con coherencia. No basta con decir que creemos en un mundo mejor; es momento de construirlo con hechos concretos, desde la economía del propósito.