Vivimos un momento histórico donde las empresas ya no pueden operar de espaldas a los grandes desafíos sociales y ambientales. Frente a la emergencia climática, las desigualdades crecientes y el agotamiento de modelos extractivos, la economía del propósito se abre camino como una nueva forma de entender el rol de las organizaciones. Este paradigma propone que el crecimiento económico no puede desvincularse del bienestar colectivo y la regeneración del planeta. Pero este cambio no puede darse en solitario: las alianzas entre corporaciones, organizaciones sociales e instituciones son esenciales para alcanzar un impacto que sea real, profundo y escalable.
El poder de sumar miradas
Cuando una empresa se alía con una ONG o con una agencia internacional, ocurre algo transformador: se conectan mundos distintos que tienen mucho que aportarse. Las organizaciones sociales entienden el territorio, saben cómo intervenir, tienen experiencia directa con las personas. Las empresas aportan escalabilidad, innovación, recursos y capacidad de influencia. Y cuando se suma una institución pública o multilateral, se genera un ecosistema con potencial transformador.
Estas alianzas permiten un abordaje sistémico de los retos, evitando soluciones aisladas o puntuales. Se trata de construir respuestas compartidas, sostenidas en el tiempo y con capacidad de adaptación local. La lógica ya no es «ayudar a los demás» sino «transformarnos juntos».
Un valor que se multiplica
Para las empresas, estas alianzas no solo suponen cumplir con criterios ESG (ambientales, sociales y de gobernanza). Representan una estrategia de largo plazo. Lejos de ser un coste, colaborar se convierte en una ventaja competitiva: mejora la reputación, fideliza a los clientes, atrae talento joven y comprometido, reduce riesgos operacionales y fortalece la relación con las comunidades donde operan. Además, abre nuevos mercados inclusivos, impulsa la innovación y responde a una demanda creciente de inversores que buscan impacto positivo.
Para la sociedad, el beneficio es claro: proyectos mejor financiados, más visibles, con mayor capacidad de impacto y sostenibilidad en el tiempo. La colaboración permite escalar soluciones que funcionan, adaptar las respuestas a cada contexto y avanzar de forma más rápida hacia una transición ecológica y social justa.
Un momento crítico: menos fondos, más alianzas
En este escenario, preocupa profundamente la reciente decisión del gobierno de Estados Unidos de reducir drásticamente sus fondos de Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD). Esta retirada implica un recorte de miles de millones de dólares destinados a programas esenciales en salud, educación, seguridad alimentaria y acción climática en los países más vulnerables del mundo. El impacto es devastador: organizaciones humanitarias sin recursos para operar, proyectos paralizados, comunidades enteras desprotegidas frente a crisis que se agravan.
La AOD es una de las herramientas más importantes que tienen los países ricos para cumplir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Su debilitamiento pone en riesgo no solo vidas humanas, sino también la estabilidad global y los avances logrados en las últimas décadas. En este contexto, las alianzas entre empresas y sociedad civil no son una opción: son una necesidad urgente. Si los Estados retroceden, el sector privado debe dar un paso adelante, pero no desde la caridad, sino desde la convicción de que su prosperidad está ligada al bienestar del conjunto.
El momento de actuar es ahora
Colaborar ya no es una tendencia, es una condición para la supervivencia. Las alianzas con sentido no solo transforman comunidades: también transforman organizaciones. Es tiempo de entender que la economía del propósito no se construye en los discursos, sino en las decisiones valientes que tomamos hoy. La retirada de fondos AOD por parte de grandes potencias es una llamada de alerta, pero también una oportunidad: la de demostrar que, uniendo fuerzas, el sector privado y la sociedad civil pueden sostener el impulso hacia un mundo más justo, más verde y más humano.