Esta semana he tenido el placer de conocer a otro empresario con alma. No hablaba de resultados financieros, sino de personas y de legado. Tanto es así que, por priorizar el bienestar de sus empleados y de la sociedad antes que el beneficio económico, muchos colegas lo tildaban de “tonto”.
En un mundo donde la velocidad de los mercados y la obsesión por el corto plazo parecen dictar las reglas, conviene detenerse a reflexionar: ¿qué significa realmente ser un buen empresario? No se trata solo de rentabilidad o innovación, sino de la huella que dejamos en la sociedad y en el planeta.
El empresario actual tiene en sus manos mucho más que balances: posee la posibilidad —y la responsabilidad— de convertirse en un verdadero agente de cambio.
A continuación, comparto un decálogo que no pretende ser un dogma, sino una inspiración para líderes que entienden que su papel trasciende el beneficio inmediato y se mide en legado.
1. Propósito por encima del beneficio
Un buen empresario no se guía únicamente por la cuenta de resultados. Su empresa responde a un propósito mayor: resolver problemas sociales, generar oportunidades o proteger el medio ambiente.
2. La ética como brújula
La rentabilidad sin ética es pan para hoy y hambre para mañana.
3. Impacto positivo y medible
No basta con “hacer el bien” como un eslogan. El empresario responsable mide su impacto social y ambiental con la misma rigurosidad que sus indicadores financieros.
4. El legado como horizonte
Los resultados trimestrales importan, pero el verdadero éxito se mide en décadas.
5. El talento como prioridad
Las personas son el mayor activo de cualquier organización. Un buen empresario las cuida, motiva y desarrolla.
6. Transparencia radical
La confianza no se compra: se gana. La transparencia es la base para construir relaciones sólidas y duraderas.
7. Innovación con conciencia
Innovar no es lanzar productos sin freno, sino crear soluciones que aporten valor real y sostenible.
8. Compromiso con el entorno
El empresario responsable no se desentiende de la comunidad en la que opera: contribuye activamente a su desarrollo.
9. Crecimiento con sostenibilidad
El equilibrio es clave: crecer sin agotar recursos y generar riqueza sin perpetuar desigualdades.
10. Humildad y ejemplo personal
El liderazgo empresarial no se ejerce con discursos, sino con el ejemplo diario.
La importancia del buen gobierno corporativo
Un empresario con visión entiende que no puede sostener un propósito ni un legado sin un buen gobierno corporativo. La gobernanza empresarial asegura que la organización no dependa de voluntades individuales, sino de sistemas sólidos, transparentes y justos.
En su libro El arte del buen gobierno corporativo, mi querido Ferran González describe esta disciplina como un verdadero arte, que se concreta en:
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Definir roles y responsabilidades claras entre consejo, directivos y accionistas, evitando conflictos de interés.
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Reforzar la independencia y diversidad en los consejos de administración, fomentando mejores decisiones.
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Exigir transparencia y rendición de cuentas hacia todos los grupos de interés.
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Promover una cultura ética y de cumplimiento que proteja la reputación y la sostenibilidad.
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Conectar estrategia, propósito y valores, de modo que la gobernanza no sea un formalismo legal, sino el motor del impacto social.
En definitiva, el buen gobierno corporativo no es un lujo burocrático: es el sistema inmunológico de la empresa. Previene abusos, garantiza continuidad y refuerza la confianza de inversores, empleados, clientes y sociedad.
Más allá de los resultados: sembrar futuro
Este decálogo, junto con una gobernanza ejemplar, nos invita a redefinir el éxito empresarial. El verdadero éxito no se mide en beneficios inmediatos, sino en instituciones sólidas, sociedades más justas y un planeta más habitable.
El buen empresario deja huellas duraderas, no solo cifras.
Y como decía mi película favorita, Forrest Gump: “Tonto es el que hace tonterías”.