El Informe de Riesgos Globales 2025 del Foro Económico Mundial no deja lugar a dudas: el planeta atraviesa una crisis sistémica. Conflictos armados, desinformación, colapso de ecosistemas, pérdida de biodiversidad, crisis de gobernanza… Las alarmas suenan en todos los frentes.
Y frente a este panorama, cabe una pregunta incómoda: ¿dónde están las empresas? ¿Dónde están los inversores que dicen apostar por un futuro mejor?
La ESG —siglas de Environmental, Social and Governance— ha sido rentable y políticamente correcta. Pero ya no basta con reportes, rankings y promesas. El momento exige más: exige impacto real, transformación profunda y coraje ético. No se trata de ser “menos malos”, sino de ser activamente buenos. O somos parte de la solución, o seguimos alimentando el problema.
Un mundo en crisis necesita empresas valientes
El informe es claro: el sistema global está al borde del colapso. Fragmentación política, pérdida de confianza institucional, desastres climáticos más frecuentes, falta de cooperación internacional… Un futuro inestable y desigual amenaza con prolongarse por generaciones si no actuamos.
¿Quién puede actuar hoy con rapidez, escala y visión a largo plazo? Las empresas. Los inversores. El capital. No hay excusas. No hay tiempo.
De la ESG a empresas con impacto real
Es hora de dejar atrás el greenwashing y el purpose-washing. Las empresas no solo deben reducir daños: deben generar valor colectivo. No basta con cumplir lo mínimo: hay que abrazar su potencial transformador. No es suficiente “hacer negocio en el mundo”. Hay que ser para el mundo.
Esto implica:
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Invertir en soluciones regenerativas, no extractivas.
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Abandonar industrias que perpetúan desigualdad, contaminación y desinformación.
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Crear culturas corporativas que premien el propósito, no solo la rentabilidad.
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Convertir la cadena de valor en una cadena de impacto positivo.
La inversión responsable ya no es opcional
Cada euro, cada dólar invertido es un voto por el mundo que queremos. La inversión de impacto no puede seguir siendo un nicho decorativo. Debe convertirse en la norma.
Los grandes fondos, bancos y gestores de activos deben dejar de financiar modelos obsoletos y apostar por iniciativas que regeneren tejido social, protejan el medioambiente y fomenten la justicia económica. Invertir sin considerar el impacto social y ambiental es, hoy, simplemente irresponsable.
La década decisiva nos interpela a todos
Como señala el informe del WEF: “Desde los conflictos hasta el cambio climático, nos enfrentamos a crisis interconectadas que exigen una acción coordinada y colectiva”. Pero esa acción no puede recaer solo en los Estados. Las empresas tienen poder —y una responsabilidad moral— para liderar el cambio hacia un nuevo paradigma económico.
No se trata de si debemos actuar. Se trata de cómo, cuándo (ya) y con qué valentía. La historia no absolverá a quienes, pudiendo cambiar el rumbo, eligieron seguir ganando a costa de un planeta en ruinas y sociedades rotas.