En un mundo que presume de premiar el esfuerzo y el talento, el creciente peso de la herencia como factor de éxito económico resulta alarmante.
Un reciente artículo de The Economist, titulado “Inheriting is becoming nearly as important as working”, revela una realidad incómoda: en las economías avanzadas, la riqueza heredada está alcanzando un valor comparable al del trabajo duro y el emprendimiento.

Esta tendencia no solo perpetúa la desigualdad. También mina los pilares de la meritocracia y amenaza la cohesión social. Y va en aumento: solo este año, las personas en países desarrollados podrían heredar alrededor de 6 billones de dólares, es decir, el 10 % del PIB, frente al 5 % que representaba a mediados del siglo XX en una selección de países ricos.

La concentración de riqueza y el auge de la “heredocracia”

La acumulación de riqueza en manos de unos pocos, facilitada por grandes herencias, está dando paso a una nueva élite: la heredocracia.

Este fenómeno no se limita a las economías liberales. Incluso en países igualitarios como Suecia, el 70 % de la riqueza de los multimillonarios proviene de herencias. El capital heredado no solo reduce la competencia en el mercado; también restringe las oportunidades para quienes no nacen en familias privilegiadas, ampliando las brechas sociales.

El mito de la meritocracia

La idea de que vivimos en una sociedad donde el mérito personal define el éxito se desmorona.
Hoy importa más «elegir bien a tus padres» que estudiar, emprender o esforzarte.

Daniel Markovits lo advierte con claridad en The Meritocracy Trap: la meritocracia se ha convertido en un relato conveniente para justificar la desigualdad.
Pero cuando no todos parten desde la misma línea de salida, ese relato se transforma en una ficción profundamente injusta.

Cuando la riqueza no es fruto del esfuerzo, sino de la cuna, el capitalismo pierde legitimidad. La innovación, el progreso, el emprendimiento… todo se debilita si las cartas están marcadas desde el principio.

Y ya sabemos lo que viene después: populismo, polarización y fractura social.

Por una economía con propósito y una llamada a los herederos

Frente a esta realidad, necesitamos políticas valientes que redistribuyan oportunidades.

  • Sistemas fiscales progresivos que no castiguen el emprendimiento, pero graven justamente las grandes herencias.

  • Una educación pública de calidad, accesible y transformadora.

  • Un ecosistema que premie el impacto social tanto como el beneficio económico.

Solo así construiremos una economía verdaderamente meritocrática. Y, sobre todo, con propósito.

Pero no basta con lo público. También hay una responsabilidad ética y personal ineludible: la de quienes heredan fortunas que no han construido.

A ellos les digo: habéis tenido la enorme suerte de empezar la carrera varios metros por delante. Devolved parte de esa ventaja a la sociedad. No porque os obligue la ley, sino porque es lo correcto.

Menos yates y jets privados. Más fundaciones, más inversión de impacto, más apoyo real a quienes no han tenido las mismas oportunidades.

El verdadero éxito de un heredero

El privilegio heredado no debe ser una excusa para la indiferencia. Debe ser una razón poderosa para marcar la diferencia.

Como suelo decir: el propósito no es una moda, es una necesidad moral.
Y hoy, más que nunca, necesitamos una nueva generación de herederos conscientes, generosos y comprometidos con un mundo más justo.

Por suerte, ya están surgiendo ejemplos claros: herederos que donan sus fortunas a la sociedad, crean fundaciones o financian proyectos con impacto real en el tercer sector.

Porque el verdadero éxito de un heredero no se mide en cifras, sino en su capacidad de regenerar el mundo para las futuras generaciones.